viernes, 10 de septiembre de 2010

Hombres de destino

Es propio de hombres de destino, fundirse de tal forma con la visión que ha cautivado sus almas, y a la cual se han entregado, que sus propias vidas se pierden, desaparece la humana mezquindad que mide cada paso y esfuerzo, y el ser se arroja a las llamas del altar como holocausto, como ofrenda grata. Ya no importa el yo, el yo no existe, se ha desvanecido, se ha fusionado con la obra encomendada, para ser solo el reflejo de esta.
Pablo lo vivió en carne propia, y lo manifiesta cuando dice: "..Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí.."
Ya no importaban las cárceles, los azotes, los peligros. Ya no importaban los trabajos, las fatigas, los desvelos. Su dolor era por sus hijos: "..Por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto.." Todo su ser estaba comprometido con la tarea, hasta llegó a decir: "..Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, mo gozo y regocijo con todos vosotros.."
Ya no era que no podía detenerse, sino que no quería detenerse.
Como aquella buena madre que entrega su vida por dar a luz a su hijo. Aunque sepa que quizá corra serio riesgo de morir en el parto, pero en ese momento su vida ya no vale, sólo quiere ver nacer a ese fruto de sus entrañas. Quiere que él viva, aunque le cueste la vida.
Ese vino derramado sobre el altar, tenía valor. No era vino ordinario ni agrio, era el mejor vino, por eso servía. Era una ofrenda grata. pero era tal el desprendimiento de sí mismo, que ni siquiera mantenía su identidad como ofrenda, sino que se derramaba, perdiéndose en la identidad de lo ofrendado.
Esto es propio de verdaderos siervos, no destacarse a sí mismos, sino desaparecer en Jesús y su obra. Juan el Bautista lo dijo: "A El le conviene crecer, a mí menguar". Y Pablo manifiesta: "..Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.."
Es el yo egoísta y mezquino que impide que me derrame sobre el altar, pero cuando ese yo muere, y a veces es un proceso duro y difícil, se produce esa identificación maravillosa. Podemos entrar en la categoría de los que pierden su vida y no entre aquellos que la guardan de manera mezquina.

Pastor Roberto Sórensen (Tomado de libro "El triunfo del sistema de la fe")

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